Los mantuanos de Caracas armaron una versión chismográfica de la vida del hijo de don Sebastián de Miranda, en el ejército español y durante sus andanzas de cuatro décadas por el mundo. Esa versión no pudo descalificar y minimizar al personaje porque el destino le tenía reservado un espacio en la prensa e historia europea y estadounidense, y sobre todo: en su archivo personal, reconocido por la UNESCO como patrimonio histórico de la Humanidad.
Esa chismografía fue reseñada magistralmente por la hábil pluma de Juan Vicente González, al servicio de la oligarquía conservadora que utilizó todo el poder mediático de aquel entonces con el objeto de mitigar el miedo que todavía generaban los genuinos libertadores a los intereses de la clase mercurial.
Ni las mentes colonizadas de la decadente nobleza colonial, ni los contemporáneos a Miranda, menos aún, la generación de J. V. González podían comprender la razón por la cual, un ser de la periferia hubiera logrado conquistar un espacio de dignidad y respeto, en sociedades y en espacios políticos y culturales del centro.
Lo introducen presidiendo el Congreso Constituyente de 1811. Y solo en 1865 comienza a sorprender su celebridad en la historia de Francia. Resalta con desprecio que su padre se había enriquecido con comercio. Poco documentado, o mal intencionado, el periodista no menciona que el padre de Miranda ganó un juicio a los mantuanos por su derecho a vestir uniforme del regimiento de Blancos: “Resentida su familia, le envió a la Metrópoli, donde compró una charretera de capitán.” El tono de su discurso descalifica tan sutilmente que suena como si hubiera comprado el uniforme en una tienda de disfraces. No es lo mismo que disponer de 85.000 reales de vellón para costear la dote de un capitán del regimiento de infantería de la Princesa.
González lo pinta como hijo de papá: con un mapa en la mano estudiando y divirtiéndose. No voy a referirme a las sandeces que manejó en torno a su relación con Catalina de Rusia y la forma como la descalifica para poner en minusvalía a Miranda. Tampoco argumenta su referencia a la relación de Miranda con una Reina. Ni siquiera sospechó que el interés de la Zarina era el de conocer a un prócer de la independencia estadounidense, alguien que podía, como en efecto lo hizo, actualizarla en asuntos de política internacional, y en asuntos militares. Los mitificadores del Casanova deberían considerar la magnitud política de las negociaciones ruso estadounidenses con respecto a Alaska, y que La Zarina pudo conocer la admiración por Miranda que John Adams declaró a la prensa.
La pluma mercenaria ignora el interés que despertó su formación intelectual y su vasto conocimiento reduciéndole a la banalidad del galán. No sabemos si González conoció la obra de otros historiadores diferentes a Michelet, M. Louis Blanc o Malle Du Pan. El discurso de González revela su saña cuando descalifica la habilidad de Miranda para probar su inocencia ante el tribunal revolucionario que pretendió involucrarlo con la traición de Dumoriez: .., él (Miranda) confundió las acusaciones de sus enemigos en once sesiones consecutivas, alcanzando con su facundía y destreza que le absolviesen … vale decir: que según el periodista, Miranda no probó su inocencia, sino que confundió las acusaciones. Casi que timó a sus acusadores. Cualquier parecido con la manipulación del discurso de los medios privados de información del siglo XXI es mera coincidencia.
Los textos escolares se hicieron eco de la palangria al afirmar que Miranda: “Había llegado ciego, como todos los que han estado largos años ausentes de la patria, descontentadizo y desdeñoso con cuanto veía, como los que han visitado”. Suponen que su ausencia de más de cuatro décadas, le impidió comprender la idiosincrasia venezolana. Argumentaron que él estaba acostumbrado a regir ejércitos disciplinados, y no podía conducir montoneras. Realmente mostró sus habilidades de estratega, al contrario que el Marqués del Toro. Lo que poco se recuerda, es que la gente que acompañaba a Monteverde actuaba como resentidos sociales: una masa de saqueadores que crecía “como los ríos cuando se le suma la lluvia.” El bochinche consistía en algo más que el ver a un Marqués defendiendo una república, y que los pardos y los isleños se opusieran al modelo republicano. Esto se explica con un concepto que no se había popularizado entonces: la lucha de clases; y con otro: que el resentimiento social era tan grande, que no se necesitaba ideal para hacer una guerra semejante. Tampoco percibieron la diferencia entre la guerra social y la guerra por la independencia. Metieron todo dentro del mismo saco para velar las realidades que permiten ocultar la relación de dominio presente en la historia desde el “encubrimiento” de América que comenzó, al igual que la invasión, la conquista y la colonización, a partir de 1492, y que en pleno siglo XXI no se han cerrado, solo que han mutado su forma como los virus.
Es lugar común repetir la impresión de otros sin revisar las fuentes primarias, otras posibilidades o darle un espacio a la duda. Cabría preguntarse si Miranda estuvo tan ausente como supone una ausencia física. Si juzgamos por el contenido de su proclama firmada en Coro 1806, donde sabe porqué toma en cuenta o incluye a los pardos y los indios.
2 comentarios:
Lúcido y eficaz, este artículo deja en claro los hitos de Miranda. Miranda fue un escritor además de un militar y estratega. Su vínculo con las logias es muy interesante y creo que también lo es el que tuvo en Londres con D. José María Blanco White. Me gustaría que el autor se expandiera
Gracias por su observación amigo Ancapi
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